jueves, 25 de febrero de 2010

El tren


Los viajes en tren siempre le habían encantado, especialmente aquellos con la máquina de vapor que arrastraba los viejos vagones con el traqueteo correspondiente sobre los raíles.

Recordaba como, a los trece o catorce años, sus padres le subían a un destartalado vagón de tercera clase todos los veranos, cuando terminaba el curso escolar, y le dejaban al cuidado del revisor con destino al pueblo de los abuelos. Sentado en el incómodo banco de madera, enseguida despertaba la curiosidad de los demás pasajeros que, en cuanto sacaban lo que llevaban preparado para comer de las cestas de mimbre, le ofrecían solícitamente al verle casi un niño.

El viaje, de apenas trescientos kilómetros, duraba unas cinco o seis horas, dependía de las paradas imprevistas para dar paso a otros trenes que circulaban en sentido contrario por la única vía del tendido. En ese tiempo veía pasar a través de las sucias ventanillas, paisajes, pueblos, estaciones y apeaderos, y lo que más le gustaba era cuando se realizaban las paradas en las estaciones, sobre todo en las principales, y entonces no solo se apeaban los que llegaban a destino sino que, generalmente los hombres, bajaban al andén a comprar algún refresco mientras que las mujeres, acodadas sobre las bajadas ventanillas, chillaban a voz en grito: “venga, sube ya, que al final vas a perder el tren”. Y siempre había algún rezagado que tenía que auparse a la escalerilla cuando ya el tren iniciaba la marcha.

Otro recuerdo que tenía era el olor, la sensación que producía respirar el humo de la locomotora y la fina capa de hollín que poco a poco iba cubriendo todo, vagones, maletas y pasajeros.

Por fin, cansado y excitado por la aventura del trayecto, llegaba al pueblo, un viejo y decrépito apeadero con un único edificio en medio de la inacabable llanura manchega. Y allí estaban todos, alineados a lo largo del andén para ver quien era el primero de la familia en descubrirle. “¡Ahí está, ahí está!”, “¡primo, primo!”, “¡mira tío en ese vagón viene!”… A los gritos de los primos toda la familia se agrupaba y nada más bajar era rodeado, zarandeado, besado y llevado casi en volandas debajo de la raquítica marquesina.

Sus recuerdos quedaron interrumpidos por una música, surgida de algún oculto altavoz, y una voz que decía: “El AVE con destino a Barcelona va a efectuar su salida en breves minutos”.

2 comentarios:

  1. cada vez que veo un tren recuerdo la peli "Antes del amanecer."

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  2. Mis disculpas por la tardanza en contestarte jordim, película interesante la que señalas, y su segunda parte Antes del atardecer.

    Saludos

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